UNA BRUJA DE LABATA


Foto Manuel Puyuelo
Por Juan Giménez y Manuel Benitez


María Cortillas era una mujer de Labata, todo un estereotipo de bruja en el siglo XVII: maltratada por su marido que muere de una enfermedad que en aquellos años aún estaba sin clasificar. Queda viuda sin amparo y sus convecinos, cuando tiene que pagarle algún servicio prestado, se llaman a andana.



Como eran públicos los malos tratos que le causaba su marido Domingo López, no resulta extraño que la gente pensara en un pacto diabólico que le permitiera librarse de él. Para los vecinos fue suficiente ver como se fue secando y penando hasta morir totalmente pálido, pero por si había dudas el cadáver se tornó cárdeno primero y luego negro. Todo esto “sin padecer enfermedad”. No había dudas, Labata ya tenía bruja a quien culpar.



Aseguran algunos testigos que, en los años que precedieron al proceso y cuando los frutos alcanzaban la sazón, venía un mal nublado y se “apedregaban” perdiendo las cosechas. Tres años ocurrió esto y todo porque la Cortillas dijo una vez aquello de “mala pedregada les dé”. Daba mal a cuantas personas le llevaban la contraria matando a otro hombre, además de su marido, dos mujeres y varias bestias.

Al fallecer su esposo y sospechando Juan Broto que se debía a un hechizo, se lo dijo muriéndosele una mula al momento y otras dos más tarde.



Todas las brujas tenían predilección por la Nochebuena, justo antes de nacer Dios podían hacer de las suyas: “de doce a una anda la mala fortuna, de una a dos anda la madre de Dios”. Y en vísperas de Navidad ocurrió en casa Juan de Mur que un nieto suyo, hijo de Marica de Mur, se murió al secársele de repente la leche a su madre.



Muchos años antes hizo lo mismo con su mujer y madre de Marica: Isabel Cabrero. Estando esta recién parida subió la bruja Cortillas a la habitación sin que nadie la invitase, tomó un pañal de lino orinado y se lo restregó por la cara, los presentes quedaron extrañados e intentando calmarles les dijo: “no me tengan esto a mal” y entonces se le secó la leche a Isabel.



Un día que estaba Isabel en la fuente de Labata, se le acercó la Cortillas y le tocó la mano, al tiempo que le decía: “en fin, que no me queréis pagar el alquiler de los pellejos”, al llegar a casa se puso muy mala, se fue secando sin que médicos ni cirujanos pudieran hacer nada, falleciendo a los ocho meses.



Todas las muertes acaecidas en Labata aquel año de 1645 se achacaban a la presunta hechicera. Seguimos: María Calvo contaba unos seis o siete años cuando abandonó el domicilio para ir a visitar a unos vecinos, al volver la Cortillas la llamó y la hizo entrar a su casa donde le dio unas nueces y “la tocó y andó dejándola así embrujada”. Al volver la niña a su hogar estaba ya muy mal, acostándose y sufriendo continuos dolores hasta que al día siguiente, el 3 de noviembre, se murió echando ponzoña y otras cosas sobrenaturales por la boca. El padre Jaime Calvo se querelló contra la Cortillas y ésta se declaró culpable.



Al parecer la pobre y supuesta hechicera disponía en su casa de una buena cantidad de pellejos que alquilaba a los vecinos para transportar aceite o vino, pero luego nadie le quería pagar aprovechando su mala fama y su condición de viuda sin familia que le diera amparo.



Uno de esos deudores fue Pedro Viñuales. Como no pagaba reclamó al justicia labatino, Martín Viñuales, su intervención, este le dijo que ella no tenía la razón quedando al momento hechizado. Se fue secando y poniendo negro, intentó sanar mediante unas hierbas que solicitó a un tal Correas de Panzano. Como no mejorase le pidió a la propia María Cortillas remedio para su mal y ésta se lo trajo.



No sabemos que fue de esta bruja, pero es fácil suponer que murió en la horca o en la cárcel tras confesar todo lo que le imputaron. No hace falta recordar la gama de tormentos que aplicaban a estas pobres mujeres, que preferían la muerte a semejantes martirios. También estaban las ordalías, pruebas a que eran sometidas para conocer el designio divino: las echaban a un río y si se ahogaban era evidente su culpa, como lo era cuando metían un brazo en aceite hirviendo y Dios dejaba que se les quemara. Pero los acusadores laicos o frailes nunca se molestaron en comprobar si ellos, “martillos de herejes y espejos de virtudes”, las superaban.

http://www.diariodelaltoaragon.es/NoticiasDetalle.aspx?Id=550769

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